Toma de conciencia

La concienciación de que la Tierra es un planeta pequeño y finito es lo que ha hecho surgir la necesidad de conservar el medioambiente que nos rodea para permitir las condiciones de vida habituales en cada zona, puesto que si los cambios en la biosfera se producen de forma muy rápida, la flora y la fauna no son capaces de adaptarse al cambio y desaparecen, lo que provoca una disminución de la biodiversidad, incluso su desaparición local, impactando en nuestra forma de vida y perjudicando a las generaciones futuras.

Hay muchas fotografías icónicas que muestran un planeta frágil que tiene que ser vigilado, cuidado y cuando sea necesario restaurado para que el impacto del ser humano sea positivo y construya un mundo mejor sin cambios que puedan ser dañinos para la vida tal y como la conocemos y sobre todo analizados para que se puedan conocer cómo y qué estamos haciendo y provocando.

Esta fotografía tomada desde el Apolo VIII en 1968 muestra la pequeñez de la Tierra y lo que es más importante, muestra que el planeta es finito y que la atmósfera prácticamente no se puede observar. Es con la concienciación de este hecho cuando la ecología, tal y como la conocemos, comenzó a analizar la atmósfera y la biosfera para ver qué estaba ocurriendo con el clima y si ciertos fenómenos atmosféricos que se estaban experimentando y analizando tenían su causa en la actividad humana.

A partir de las décadas de los años 1970 y 1980 es cuando esta concienciación promovió, de manera masiva, movimientos ecologistas que trataron de denunciar la afectación humana al medioambiente y que innumerables científicos se sumasen al reto de demostrar el impacto y la huella de Carbono que el ser humano estaba produciendo en nuestros ecosistemas. Hoy en día, tras varias décadas de estudio y de análisis de los datos obtenidos, son numerosos los grupos de expertos que avalan el impacto que estas emisiones están produciendo sobre el medioambiente.

Comenzó así un movimiento de concienciación global que muchos años más tarde acabó con la firma del Protocolo de Kioto en 1998, acuerdo con el que se buscó reducir las emisiones atmosféricas de GEI, prestando especial atención a las emisiones producidas por la quema indiscriminada de combustibles fósiles como fuente principal de Energía Primaria. Posteriormente, otros acuerdos, París, Copenhague, etc., mantuvieron el espíritu colaborativo y legislativo al respecto, más o menos satisfactorios, y más o menos aceptados por la comunidad legislativa mundial.

Con independencia de los debates técnicos y medioambientales, para tratar de mitigar los efectos producidos antropogénicamente, es preciso disminuir las emisiones de GEI cambiando las fuentes de Energía Primaria que utiliza la población mundial; si bien son numerosos los expertos que predicen que hasta bien pasado el horizonte temporal de 2050 no se utilizarán masivamente las Energías de origen Renovable y que por tanto se mantendrá al menos hasta esa fecha la emisión de GEI de forma incontrolada, previendo un mantenimiento de los métodos tradicionales de producción de Energía Primaria a Nivel Mundial.

Como advertía Joseph Stirligtz, premio Nobel de Economía en 2001, “… we have but one planet and should treasure it. Global warming is a risk that we simply cannot afford to ignore anymore” (… tenemos solo un planeta y debemos cuidarlo como un tesoro. El calentamiento global es un riesgo que simplemente no podemos darnos el lujo de seguir desconociendo).

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